La comodidad de los hogares y la rutina diaria propia de las sociedades occidentales y países desarrollados, nos nubla la vista de lo que es verdaderamente residir en nuestro medio con las condiciones que él nos impone. Somos capaces de vencer el invierno con sistemas de calefacción, almacenar agua en grandes embalses para épocas de sequía o preservar nuestra comida en las condiciones de temperatura y humedad óptimas; todo un lujo. Sin embargo, existen sociedades humanas en rincones remotos del planeta que consideraríamos inhabitables o dignos de expedición con fecha de retorno.
Esas localizaciones geográficas abarcan extensiones espaciales más grandes de lo que nos podríamos imaginar. Así como en el inmenso Sahel existen poblaciones humanas ligadas a los vaivenes del ritmo del desierto, las regiones bañadas por el Océano Ártico están habitadas por comunidades indígenas.
Se trata de la región polar ártica que comprende áreas del norte de Europa, Asia y Norteamérica. Allí donde residen esas poblaciones indígenas, dónde las férreas condiciones ambientales del polo norte han golpeado el devenir del día a día durante miles de años, es el lugar en el que nos sumergiremos en las líneas que siguen.
Pese a su desconexión parcial con las sociedades desarrolladas, los impactos de las actividades humanas de estas últimas sobre las comunidades indígenas se han ido incrementando paralelamente al desarrollo económico global. Sin ir más lejos, estas últimas semanas, se ha concretado un compromiso sobre la protección del Ártico y el apoyo a las comunidades indígenas que habitan esta zona del planeta, entre Estados Unidos y Canadá. Se trata de un paquete de medidas conjuntas para enfrentar el cambio climático, tal y como informó la agencia EFE. Además del objetivo de reducir las emisiones de metano de sus industrias de petróleo y gas hasta en un 45 % para 2025, se puso sobre la mesa el compromiso de los líderes de ambos países para desempeñar un papel de liderazgo la acción internacional coordinada para asegurar la protección del ecosistema marino del Ártico, que afecta directamente a las comunidades del Ártico.
Los pueblos indígenas que habitan estas áreas del planeta, experimentan y padecen los efectos del calentamiento global resultantes en la pérdida de hielo marino, fundamental para el correcto funcionamiento del ecosistema marino Ártico. Los efectos del cambio climático pueden producir modificaciones en la abundancia y la distribución de los recursos marinos, afectando a su calidad y a su disponibilidad o accesibilidad. Estos cambios inciden directamente en las economías de subsistencia de estas comunidades, que dependen del medio ambiente marino para su subsistencia y supervivencia.
La importancia del conocimiento local sobre el medio ambiente
Detenemos nuestra mirada en las comunidades indígenas Inuit, en las regiones del norte de Canadá. El Proyecto de Investigación Green Edge, del equipo del Laboratorio Internacional Conjunto Takuvik (Unité Mixte Internationale Takuvik, CNRS-Université Laval), que realiza un estudio elaborado del ecosistema marino del Ártico bajo las condiciones de los Blooms de Fitoplancton, ha establecido una conexión con las comunidades inuit del oeste de la isla de Baffin con el objetivo de co-documentar los vínculos entre el cambio climático, las fluctuaciones de los Blooms de fitoplancton, y la variabilidad en la densidad y diversidad de los recursos marinos.
De la intención del Proyecto Green Edge, se traduce que el conocimiento tradicional de las comunidades del Ártico es una herramienta para documentar los efectos del cambio climático y gestionar los recursos de forma eficiente. A través de la historia oral, el conocimiento local sobre los patrones de caza y pesca, y las observaciones y mediciones en el medio ambiente, pueden conocerse los vínculos entre el cambio climático y los recursos marinos.
Conocer cuáles son los efectos del cambio climático, nos da respuestas para anticiparnos a los cambios ambientales. Unas respuestas vitales, en el sentido más textual de la palabra, para las comunidades indígenas que habitan el ártico.
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Pablo Rodríguez Ros, Llúcia Ribot Lacosta